Esto que os cuento, ocurrió hace muchos, muchos años, en un pueblo rodeado de secas arenas. El río más cercano estaba muy lejos, y en las casas no había agua para beber.
Uno de sus vecinos, tenía el oficio de aguador y cada día caminaba bajo un sol de fuego hasta el río, donde llenaba dos cántaros muy grandes con agua fresca.
Volvía muy despacio hasta el pueblo, cargando uno de los cántaros sobre su cabeza y el otro apoyado en la cadera.
Cuando las gentes del pueblo lo veían llegar, corrían hacia él agradecidos para que les llenara sus jarras de agua.
Sus dos cántaros eran muy especiales: uno de ellos, el que siempre iba sobre su cabeza, estaba muy nuevo y reluciente, brillaba con el sol, y mantenía el agua limpia y fresquita, sin derramar ni una sola gota. Sin embargo, el que paseaba sobre su cadera, estaba muy viejo y agrietado, y al llegar al pueblo, apenas quedaba un fondo de agua en él.
El cántaro nuevo, muy orgulloso, se enfrentó un día con el aguador y le dijo:
No entiendo por qué no te deshaces de ese cántaro viejo. Cargas con él hasta el río, lo llenas de agua, y cuando llegamos al pueblo, sólo yo estoy lleno. El agua se escapa por sus grietas. Ese cántaro es un inútil. Comparado conmigo, no vale nada.
El aguador sonrió y acarició la abombada barriga del cántaro viejo. Miró al cántaro nuevo y le contestó:
Es verdad que tú eres muy valioso, porque calmas la sed de mis vecinos, y cumples tu tarea a la perfección. Pero mira hacia atrás, hacia el camino.
El cántaro se volvió a mirar el camino que acababan de recorrer, y vio una hilera de flores rojas, azules y amarillas, que parecían haberles seguido. Aquí y allá crecían arbustos, y en algún lugar, incluso, asomaba el pequeño tronco de un futuro árbol.
El agua que se escapa por las grietas del cántaro viejo, ha venido regando el camino todo este tiempo.
Ahora tendremos una pequeña primavera en este desierto, y todos disfrutaremos de ella.
El cántaro nuevo se puso muy colorado, cerró con fuerza la boca... y no ha vuelto a hablar más hasta nuestros días.
aguador, ra. (Del lat. aquātor, -ōris). 1. m. y f. Persona que tiene por oficio llevar o vender agua.
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